Dos gallegos se hacen narcotraficantes, pero en el primer intento de pasar mercancía a la vecina Francia son descubiertos por la guardia fronteriza. A Venancio le meten varios plomazos en una pierna y un brazo y lo detienen. Manolo, con mejor suerte, logra huir. Un mes después, Manolo va a visitar a Venancio a la cárcel francesa. Venancio le dice:
-Manolo, hazme un gran favor: la herida de la pierna se ha infectado y aquí, en la cárcel, me la van a cortar... Quiero que recojas la pierna y la lleves a enterrar a nuestro pueblo.
-¡Por supuesto, Venancio!
Y accede a lo solicitado por su amigo preso. A la semana siguiente recoge la pierna extirpada, la lleva a España y procede muy compungido a su entierro. Vuelve a Francia a visitar a Venancio y éste le dice:
-Manolo, el maldito virus de la herida se ha extendido. Es menester que me corten la otra pierna, tienes que hacer lo mismo que con la anterior.
Manolo acepta. Días después va a la enfermería, recoge la pierna de Venancio y cumple la misma ceremonia de enterrarla en su amada Galicia. Y vuelve a visitar a Venancio en la cárcel y escucha esto:
-Mira, Manolo, este endemoniado virus no quiere detenerse. Se me ha extendido al brazo derecho y me lo han de cortar; yo te pido que...
Manolo lo interrumpe, muy sonriente, y acercándosele para hablar en secreto le dice:
-¡Pero qué listo eres, Venancio! Ahora me doy cuenta. ¡Te estás fugando poco a poco!